miércoles, 10 de septiembre de 2014

Una taza de café, un viejo cuaderno y mi álter ego.

Todo había comenzado con una taza de café en un cafetería de Madrid cuyo nombre no recuerdo y cuya calle no sé donde está. Pero ahora sé que nada ocurre por casualidad: ya sea el destino, una señal divina, o una simple coincidencia, algo dentro de mí me impulsó a entrar en aquel espacio, a sentarme en aquella impecable silla metálica, y a depositar todos mis pensamientos en una vieja hoja de papel de un desgastado cuaderno que por azar llevaba conmigo encima aquel extraño día en el que tuve consciencia de mi otro “yo”, es decir, de mi propio álter ego.

No sabría decir en qué momento llegó, pero lo que sí que puedo narrar es la manera en la que me sobresaltó, impidiéndome articular palabras alguna. Y aunque me hubiese gustado deshacerme de ese grito ahogado que en mi boca nació y a punto estuvo de salir de mi interior de manera irascible, al final no lo hice y ni dije ni hice tampoco nada, pues de inmediato fui ahuyentada por el bramante sonido de una cafetera express ubicada a varios metros del lugar en el que yo me encontraba.

Levanté la mirada y ahí estaba ella, tan distinta a mí que ni tan siquiera me habría fijado en su existencia si no hubiese sido por que sin previo aviso me sobresaltó su presencia al retirar la silla contigua a la mía y no pude evitar mirarla a través del rabillo del ojo; era en cierta forma tan igual a mí que casi parecíamos hermanas gemelas, pero salvando las diferencias. Su piel era más blanca que la mía, sus ojos de un verde esmeralda, sus cabellos largos, rizados y de un tono rojizo intenso, al contrario que yo que era más bien morena de piel, de ojos oscuros, y de cabellos de color apagado y claro.

Sin esperarlo, y sin que yo la incitara a hacerlo, comenzó a hablarme, y aunque me hubiese gustado ignorarla no pude hacerlo, pues ya tenía su mano extendida a la altura de mi pecho con la palma completamente abierta.

  • Alice Roosevelt. - Así fue como se presentó ante mí.

Con un nombre que me resulto encantador y a su vez extrañamente familiar. Y al instante caí en la conclusión de que debía presentarme como era debido.

  • Yoanna... - Sisee.- Yoanna Cressmonh.

Sus labios pintados del color carmesí se extendieron en su rostro y me dejaron ver la forma de unos dientes blancos como perlas perfectamente alienados entre sí.

  • Un placer.

Y nada más me dijo, pues ella siguió a lo suyo y yo entretuve a mi propio tiempo dando trazos a la letras que en el papel en blanco iban formando las palabras de frases incoherentes que no sabría cómo añadir a esa novela que nunca di por finalizada desde hacía ya mucho tiempo.

  • ¿Escritora?

Levanté la mirada sobresaltada y de nuevo me topé con sus ojos, ahora puestos en mí y en el papel cuyas últimas líneas había borrado con gran esfuerzo e interés, tachándolas sucesivamente, como si nunca hubieran salido de mi cabeza o hubiesen sido escritas por mi puño y letra.

  • Aficionada.
Ella asintió con la cabeza.

  • ¿Puedo?

Me hubiera gustado decirla que no, quise hacerlo, pero no pude negarme a ser una chica obediente que recibe la orden de un adulto y entrega lo que está haciendo para que se lo supervisen.

Al extender mi cuaderno, mi mano se topó con la suya y sentí un extraño hormigueo en mi interior, una sacudida que me golpeó con violencia las extremidades y esa fue la razón por la cual mi mano se quedó inmóvil, y mi dedos rígidos y el cuaderno se golpeó contra el suelo.


Akasha Valentine © 2014 Todos los derechos reservados. 

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